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viernes, 17 de diciembre de 2010

Sandra,

Le conocí allá por el año 1994, una chica simpática, educada, dedicada a lo suyo. Aquella noche llovía en Lima como no suele pasar, necesitaba realizar un trabajo de la universidad, y por referencia de unas amistades llego a la casa de Sandra. Aún no sabía como se llamaba y muchos menos cuál era su aspecto. Pero al tocar el timbre de su puerta, me atendió una joven que a mi parecer, aparentaba unos 15 o 16 años, no más.

Estuvimos platicando sobre mi trabajo, pues ella manejaba un negocio, una mezcla de librería y servicios como copias, anillados, etc. Tengo que confesar que, desde el primer momento que le conocí me inspiró mucha confianza y ternura. Fue tan amable, que aun sin conocerme, abrió su puerta y me hizo pasar. Le agradecí el gesto, pues por aquellas fechas estuvimos viviendo en Lima mucha incertidumbre por causa del terrorismo. Fueron años en los que la desconfianza se podía sentir en el aire que respirábamos los peruanos.

Le pregunté su nombre, me dijo: Sandra; a continuación le respondí el mío.
Le comenté que casi éramos vecinos, pues en aquel entonces vivía a unas cinco cuadras de su casa. Mientras conversábamos no pude dejar de observar que su casa, más bien su sala, tenía un aspecto pulcro, impecable, con todas las comodidades de las que pueda gozar una joven soltera.
Ella se atrevió a confesarme, que su mamá era una persona bastante desconfiada, por lo que había hecho una excepción al dejarme entrar, pero para salvar esta situación, ella misma me brindó una salida. Me dijo simplemente: "por si acaso, tú eres un ex-compañero de trabajo, del Ministerio. Has estudiado computación. Okey."
Y bueno, yo asentí con la cabeza, y le dije que no se preocupara. Y ella me contestó: "Tú no conoces a mi mamá, ella con su mirada te saca toda la verdad, parece que te leyera la mente."

Retornamos a la primera conversación, acerca de mi trabajo que tenía que presentar con urgencia al día siguiente. Sandrita, muy diligente me aseguró que el trabajo estaría listo sin falta para mañana. Me sentí avergonzado con ella, pues como me solía suceder muy seguido, no llevaba un céntimo en el bolsillo, no traía ni un mísero sol para dejarle a cuenta del trabajo.

Creo que también le caí en gracia, pues al saber mi situación monetaria, me dijo que cuando pueda le pagara. Luego de unos minutos me despedí de Sandra.

Toda esa noche, no paré de pensar en ella. Había conocido mucha gente, muchas chicas; pero Sandrita se veía tan inocente, tan transparente. Me equivoqué cuando dije que tendría deiciséis años, ella realmente tenía 22 años, pero no los aparentaba para nada. Era una chica que te hablaba de todos los temas, desde política hasta de las cosas más simples. Hablamos sobre la familia, de cómo sería tener hijos y todo ese rollo.

Me quedé dormido, pensando que el día de mañana la vería otra vez.

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